Soy una mujer que ha recorrido un camino de autodescubrimiento profundo, guiada por la naturaleza, las plantas, el yoga, la conexión con el cuerpo y el servicio a los demás. En mi trabajo, acompaño a las personas en su proceso de reconexión con su energía vital y su esencia, ayudándoles a sanar y a descubrir su luz interna.
Déjame contarte mi historia.
Nací en Costa Rica en 1983, en un en un pequeño pueblo llamado Grecia. Crecí en el patio de la casa de mi tía abuela y mi bisabuela, quienes me conectaron profundamente con las plantas. Ellas me enseñaron a sentir, cuidar y honrar la naturaleza. Siempre tuve una inclinación por la expresión: me encantaba dibujar, participar en obras de teatro y practicar oratoria. También, desde muy pequeña, sentí una afinidad muy grande por hacer que las personas se sintieran bien.
En la adolescencia, pasé por un período de enfrentamiento con mi imagen, especialmente la corporal. Tenía muchos conflictos al respecto, pero fue el yoga lo que me permitió encontrar una nueva relación con mi cuerpo, alejándome de las imposiciones externas. Con el tiempo, mi interés por el yoga siguió creciendo y ya en la etapa universitaria, practicaba yoga a tiempo completo. A los 26 años, luego de dar mi primera clase de yoga, decidí dejar mi trabajo en publicidad para dedicarme de lleno a ser profesora de yoga. Fue un salto de fe al cielo, en el que dije: “Esto es lo que quiero hacer. Quiero servir, deseo que la gente se sienta bien cuando está conmigo”.
Todo estuvo bien por un tiempo, pero se volvió un espejismo. Había alcanzado una zona de confort que impedía que la aguja avanzara. A esto se le sumó una seguidilla de acontecimientos críticos: una relación tóxica, conflictos en mi espacio de trabajo, la necesidad de dejar el departamento que habitaba. En ese entonces, uno de mis maestros —con quien aprendí sobre el manejo del cuerpo energético— me señaló nuevamente el camino. Mis horizontes se abrieron más, empecé a tener contacto con comunidades indígenas y fui a vivir en la montaña, donde seguí profundizando mis conocimientos en prácticas ancestrales.
Todo lo aprendido fui siempre incorporando a mi profesión. Por eso digo que cada paso en mi camino es parte de lo que hago, no hay separación entre mi historia y mi trabajo. Las personas siempre se han acercado a mi en búsqueda de mis servicios, porque creen que puedo ayudarles. Desde que soy madre, comprendí que para sanar el mundo hay que sanar la forma de nacer, y también la forma en la que se materna, especialmente a quienes maternamos. Por eso, mi forma de acompañamiento, además de mi labor como doula, reconoce que todas las mujeres necesitamos ser maternadas. Todas cargamos algún conflicto de la niñez, o de otras etapas, y lo que nos hace falta es compasión, empatía y paciencia: que alguien nos vea por lo que realmente somos.
Lo que realmente me mueve a seguir este camino es la transformación que veo en las personas con las que trabajo. No hay mayor satisfacción para mí que ver cómo alguien, después de una sesión, encuentra claridad, se libera de viejos nudos y reconecta con su luz interior. Me motiva ver cómo, poco a poco, las personas empiezan a descubrir su magia, a reconocer su lugar en el universo, y a sanar desde el amor, la compasión y el respeto por sí mismas.